ET DIXI: NUNC COEPI.

11.8.12

Dímelo.

En la aparente paz de sus calmados ojos, que dejaron durante unos instantes secos de manifestar la desazón que destrozaba su interior, leyó, dando palos de ciego, el letargo de su mayor anhelo.

El mundo se ha vuelto incomprensible. Ha dejado de estar cómoda aquí. Todos los equilibrios se han alterado, se rompió ese hilo fino del que tiraban escuetas sus fuerzas. Caminando sin rumbo se encontró rodeada de infranqueables murallas, invisibles a sus ojos, tangibles para sus manos. Pero sobre todo, ignorado por sus estáticos pasos, imposibles para su caminar. Se contento en su tristeza llamando a aquel etéreo obstáculo realidad.

Ahora que sus ojos sabían que su deber era abrirse, ahora que sus alas debían ser replegadas. Ahora, y como antes, quería oír que su sosiego aún la ansiaba. Quería seguir comprobando lo fácil que era atravesar barreras enganchados con las manos, enganchados con la mirada, enganchados con la risa, enganchados con el alma, enganchados. Quería comprar la dosis justa de estaño para sentir su abrigo. Quería que su lucha tuviera la armadura inaccesible de la intensidad de esos sentimientos. Quería que se le escaparan mil sonrisas al pensar en los recuerdos del futuro. Y quería, caprichosa, que esta vez fuera un capricho compartido, una realidad definida.

Acongojada, su mano abierta se contraía buscando a tientas aquella otra que la sostenía.


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